EL NACIONAL - SÁBADO 02 DE MARZO

Papel Literario

Juan Manuel Cajigal (1803-1854) fue un científico célebre entre los venezolanos por su dominio de la matemática y por la relación que sostuvo, paralelamente, con la poesía de la vida. Oriundo de Barcelona, estado Anzoátegui, se desempeñó, a los 27 años, como Primer Maestro de la Academia de Matemática de la Universidad de Caracas. Tuvo como maestros a Lacroix (representante del análisis antiguo) y a Cauchy (precursor de los métodos analíticos modernos). Famoso por loco, escritor reconocido, Director de la Academia Militar de Matemática (1834) y conocedor de Euclides y Descartes, Homero y Camoens, Fidias y Miguel Ángel, Murillo y Cervantes, falleció sumido en un profundo estado de mutismo. A partir de su historia, Argimiro Arratia salda -con Caupolicán Ovalles- la deuda de una respuesta sobre la conexión entre creación y esquizofrenia

 

El matemático venezolano Juan Manuel Cajigal, conocido por sus correrías en París

Elogio a la locura de Cajigal de mi tío Caupolicán  

Argimiro Arratia
matemático

¿Puede una enfermedad mental como la esquizofrenia estimular la creatividad científica de un matemático que la sufre? Las pocas biografías de matemáticos locos que conozco indican mas bien lo contrario: sus aflicciones mentales interrumpían y no ayudaban en el ejercicio de su profesión. Pero, según entiendo, unos cuantos contraejemplos no constituyen una refutación de ninguna teoría psicoanalítica y dado que existió un genio como Van Gogh, quien cuando estuvo loco mejor pintó, es razonable entonces preguntarse si en el ámbito de las matemáticas, o de cualquiera de las otras ciencias, alguna de las formas en que se presenta la locura es la causa de la creatividad del científico que la padece.

Fue mi tío Caupolicán Ovalles, Caupo, mi tío poeta y autoproclamado loco, quien a mediados del año 2000 me propuso que investigara la relación entre la creatividad científica y la locura. Su propuesta vino junto con un libro que me dio para satisfacer la solicitud que le hiciera unos días antes, de que urgase en ese gigantesco fragmento de su Gran Papelería del Mundo que guardaba en su pequeño apartamento de Terrazas del Club Hípico, en busca de algún material bibliográfico que contuviera cualquier pedazo de la historia de la matemática en Venezuela o sobre sus practicantes. El libro era el Volumen VII de las Obras Completas de Lisandro Alvarado; allí Caupo me indicó la página 263 donde se halla uno de los más celebrados estudios de Alvarado (según nota de los editores), titulado Neurosis de hombres célebres de Venezuela, una especie de análisis forense construido a partir de fuentes secundarias de los desequilibrios de una lista de cerebros de notables venezolanos, que incluye a Simón Bolívar y comienza con quien es considerado el fundador de los estudios de la matemática en Venezuela, el ingeniero Juan Manuel Cajigal.

Cajigal, oriundo de Barcelona (Anzoátegui), con 27 años de edad, fue nombrado en 1830 Primer Maestro de la Academia de Matemática de la Universidad de Caracas. Acababa de terminar sus estudios de Matemática en París donde, según algunos cronistas, tuvo como maestros a Lacroix y Cauchy, este último precursor de los métodos analíticos modernos, mientras que el primero fiel representante de lo que consideramos hoy como análisis antiguo y a cuyas conservadoras ideas se suscribe Cajigal al escribir, en 1834, su magna opus, Memoria sobre las integrales limitadas. José María Vargas, habiendo reconocido el genio de Cajigal, también lo propuso como director de la Academia Militar de Matemática, promovida ante el Congreso en ese mismo año de 1830 por el Ministro de Guerra y Marina, general Santiago Mariño, inaugurada un año después en la antigua capilla del Colegio de Santa Rosa de Lima, con un discurso de Cajigal, el 4 de noviembre.

``Cajigal fue un genio de las matemáticas, sobrino'', me dijo mi tío Caupo, ``y también un loco exquisito, un bohemio, un poeta... famoso por sus correrías en París''. De esto último da fe Alvarado en su artículo: ``... a los treinta y siete de su edad,a se efectuó en él un gran cambio. Torna a París como secretario del señor Fortique, ministro de Venezuela en Londres, y allí, para dar un almuerzo a sus antiguos condiscípulos, manda fabricar y marcar con su nombre vajilla de plata y oro; discurre alegremente por los museos y bibliotecas, asiste a los cursos públicos de la gran ciudad, frecuenta a sus amistades y, por último, se prenda perdidamente de una artista del teatro francés, la señorita Duplessis - locura efectiva''. Escribe Alvarado que de acuerdo con Olegario Meneses, discípulo y posterior biógrafo de Cajigal, ``la movilidad de sus ideas era notable, pasando como pasaba de un tópico a otro en pocos momentos. Hacía venir a la escena en sus ricos trajes y propios coloridos, lo mismo a Euclides que a Descartes; lo mismo a Homero que a Camões; lo mismo a Fidias que a Miguel Ángel y Canova; a Rafael y a Murillo; a Herrera, Calderón y Cervantes, como al chistoso Bretón y al satírico Larra de nuestros días''.

Supongo que mi tío esperaba de mí una corroboración de su tesis, según la cual el genio de algunos matemáticos que consideramos geniales es producto de una buena dosis de locura. Luego de un año investigando el asunto concluí lo contrario. Creo que el error de Caupo fue transfigurar el poeta en matemático, y a éste en aquél, porque ha visto cómo ambos hacen de la contemplación del todo y de la nada un oficio. Pero si bien una sensible perceptibilidad es común en ambos, me he convencido, luego de pensar como se piensa en mi oficio y acercarme teóricamente al modo de pensar del poeta, que ambos lo hacemos diferente. El matemático hilvana axiomas con lemas, con teoremas, apegado a leyes de deducción universalmente aceptadas, en todo momento preocupado por la consistencia de lo inferido con lo ya conocido y de igual manera probado. Es una organización sistemática de ideas llena de restricciones externas que le es bastante ajena al poeta quien, más bien, practica la transgresión de las formas literarias establecidas. Mientras Paul Valéry afirma en un artículo presentado en 1928 a la Sociedad Francesa de Filosofía que las emociones influyen enormemente en la producción poética y la escritura se produce a través de una serie de súbitas y sensacionales iluminaciones, el francés Jacques Hadamard, matemático notable que se preocupó por la psicología de la invención en la matemática, nos advierte al principio de un profundo ensayo que escribió en 1944 sobre ese tema que si bien hablamos de invención, lo correcto en el caso de las matemáticas es hablar de descubrimiento, porque aún cuando el proceso de hallazgo en la matemática es un caso particular de invención, el matemático no goza de la misma libertad intelectual que el artista quien está sólo gobernado por su propia fantasía; por eso las obras de arte son verdaderas invenciones pero no podemos decir lo mismo en el caso de la matemática, donde la verdad, siendo desconocida, preexiste e impone el camino que se ha de seguir o de lo contrario se corre el riesgo de no dar con ella.

Creo entonces que el poeta puede obtener de la estulticia el necesario temperamento artístico del que hablaba Valéry para producir buenos poemas, pero seguro estoy de que el matemático obtiene de ella no más que distracciones estériles. Carl Jaspers en su obra Genio y locura, ensayo de análisis patográfico comparativo sobre Strindberg, Van Gogh, Swedenborg y Hölderin, describe en detalle la evolución de la demencia que sufrieron estos cuatro artistas y concluye que lo mejor de sus obras pertenece al período posterior al recrudecimiento de sus respectivas locuras, aunque se pregunta si las razones por las que en nuestra sociedad moderna, donde todo se etiqueta y racionaliza, repleta de individuos de comportamiento artificial y necesitados de reconocimiento, las obras de esos y otros locos se hacen famosas por ser manifestaciones de genuina sinceridad y espontaneidad. Estas observaciones de Jaspers corroboran mi apreciación de lo grande que es la subjetividad subyacente en cualquier medida de la calidad de las obras de arte, lo cual permite el espacio donde introducir la locura como un ingrediente en el acto de creación artística. En sentido contrario, las rígidas reglas del juego que debe manejar un matemático y su carácter de conformidad universal, por encima de las sociedades, las épocas y las modas, hacen inconcebible la producción de algo de valor estando loco. Cajigal murió en 1856 y nos cuenta Alvarado que lo hizo luego de varios años sumido en un estado de triste mutismo. No existen registros de alguna obra matemática suya correspondiente a los 10 últimos años de su vida, período que Alvarado indica como el de mayor progreso de su enfermedad mental.

En conclusión, la locura me resulta tan disparatada herramienta de trabajo como disparatada fue la muerte de Caupo y ahora le toca a él esperar a que yo llegue a su más allá para escuchar su réplica.

 

Artículo publicado en El Nacional, Papel Literario, p. 4, Sabado, 2 de marzo de 2002.

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